Tanzania tiene varios parques naturales excepcionales. El Tarangire, el Serengeti, lago Manyara... todos ellos dignos de verse. Pero por encima de todos, está el Ngorongoro, un "must see" del planeta tierra como hay pocos. Es un volcán de unos diez kilómetros de diámetro, con una configuración perfecta. La mano del hombre no podría hacerlo mejor. Ni siquiera parecido. El atardecer en el volcán desde nuestro hotel fue extraordinario, pero el guía nos aconsejó que no nos perdiéramos el amanecer... y decidimos levantarnos y atender su consejo. Estaba claro que el sol iba a estar a nuestra espalda, pero si él nos lo había aconsejado... Como no podía ser de otra manera, la mañana era fresca y límpida. Aún no había levantado la noche su inmenso manto, y el interior del volcán estaba cubierto por una oscuridad verde y nocturna. El paisaje era confuso, por la falta de luz, pero tal vez por ese motivo, era excitante, intrigante... Poco a poco, la luz que surgía de nuestras espaldas, invadía el amplio y dulce horizonte africano, y nos mostraba el maravilloso interior del volcán. El cielo empezó a tomar un color rosado, y parecía etéreo de lo inmóvil que permanecía. Realmente, semejaba que el tiempo se hubiera suspendido en ese instante... Llega nuestro guía que se pone a nuestro lado, y mantiene el silencio. Mi pareja y yo le miramos, llenos de agradecimiento, pues fuimos muy pocos los turistas que salimos al exterior a pasar frío. Leyó la emoción en nuestros rostros y dijo, mientras con un gesto de sus brazos abrazaba toda la extensión del cráter: “Esto es el Ngorongoro, esto es Tanzania, esta es mi tierra”. Fue realmente emocionante.