Que Estados Unidos es maravilloso, la mayoría de vosotros sé que lo sabéis. Pero ¿desconocido?. Podéis pensar que Estados Unidos no es desconocido. Pues bien: ¿habéis estado frente al Old Faithful? ¿O caminado por Mammoth Hot Springs? ¿O subido al Glacier Point y ver frente a vosotros el Gran Capitán? ¿O paseado por los asombrosos Narrows en Zion? ¿O habéis cruzado el camino del Navajo en Bryce Canyon? ¿O habéis estado frente a afrente del Double Arch? ¿o tomado un café en territorio navajo? ¿O habéis visto elefantes marinos en la seventeen miles beach? Estados Unidos oculta muchos rincones de su naturaleza extraordinaria. Os aconsejo que la conozcais.
Yo en concreto conozco New York, la Costa Oeste, y Yellowstone. Y lo que he conocido más a fondo ha sido la Costa Oeste.
En contra de lo que pueda parecer, la Costa Oeste es un viaje a la naturaleza, salpicado de algunas ciudades. No al contrario. Mis sensaciones fueron que hay algo de irreal en la naturaleza de la Costa Oeste. Es una naturaleza plena de fantasía y de capricho, saturada de colores que se mezclan hasta la locura, una locura que impregna todo el paisaje. Buena parte de la zona sur de la costa oeste disfruta de un cielo que tiene una transparencia maravillosa. No suele haber sombra de nubes en un cielo sereno y transparente, que evoca un inmenso y profundo espacio etéreo y espléndido. Por carreteras inacabables y escandalosamente visuales, el color rojizo asoma entre las escamas del desierto. Y el sol diurno es incansable, parece reposar inmóvil en la cúspide del horizonte, un horizonte inmenso, calcinado por la potente luz que irradia el astro rey.
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